miércoles, 18 de marzo de 2009

Niño vs Lince

Esta semana ha estallado la polémica (una vez más) con la campaña lanzada por la Iglesia donde, en un vistoso anuncio, se compara el valor de la vida de un niño (y de las diferentes etapas de gestación) con la vida de un animal, de especial protección en este caso.

Sin entrar a valorar la campaña, de muy bajo nivel desde el punto de vista de la mercadotécnia, voy a intentar dar dos argumentos por los cuales no estoy de acuerdo con la definición de persona (¿humana?) que da la Iglesia.

Un ser vivo, por definición, debe ser un organismo que realiza, de manera autonoma, un cierto metabolismo que le permite nutrirse, crecer y, eventualmente, reproducirse y morir. Un embrión no cumple esta definición hasta que no tenga, aproximadamente, unos siete meses, y aún así necesitará de una incubadora para poder acabar de madurar.

Una persona tiene una "personalidad". Esto implica, según sabemos en nuestros días, disponer de un cerebro. Y también sabemos que el cerebro no es tal hasta las últimas semanas del embarazo.

Concluyo, pues, diciendo que estar a favor o en contra del aborto no es una decisión que deba tomarse pensando en si se mata una vida o una persona. Al menos no hasta, aproximadamente, los siete meses de embarazo.